Día 21/06/2013 - 19.23h/Tomado de ABC.ES
Muerto Moctezuma, los conquistadores españoles y sus aliados tlaxcaltecas intentaron huir de Tenochtitlán, con el oro a cuestas
La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, los conquistadores españoles al mando de Hernán Cortés huyeron de la ciudad de Tenochtitlán, capital del imperio azteca. Muchos de ellos sólo lo intentaron, porque se quedaron encerrados en la isla-matadero o porque los guerreros indígenas alcanzaron a tiempo su sangre para ofrendarla a sus dioses. Bernal Díaz del Castillo, autor (ahora discutido) de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, soldado presente en aquel episodio, calcula que fueron como 600 sus compañeros muertos.
Aquella batalla ha pasado a la Historia como la Noche Triste, pero no fue triste sólo para los españoles, también lo fue para sus aliados tlaxcaltecas, que sufrieron miles de muertos. Para los enemigos aztecas (o mexicas) tampoco fue una Noche Alegre, sino una Noche de Venganza, en la que ajustaron una larga lista de cuentas con los invasores. Se
podría decir que se las devolvieron todas juntas: la entrada sin
permiso, el secuestro de Moctezuma, las recientes matanzas, las afrentas
a los dioses, el robo del oro… Etcétera. Pero contémoslo poco a poco.
La matanza del Templo Mayor
Los españoles habían entrado en la capital del imperio el 8
de noviembre de 1519, es decir, que se disponían a pasar su primer
verano en Tenochtitlán. Pero la situación se complicó. En ausencia de Hernán Cortés, que fue a combatir la expedición de su compatriota y sin embargo perseguidor Pánfilo de Narváez, el capitán Pedro de Alvarado quedó con mando en plaza en
la capital azteca. Este adelantado decidió lanzar un ataque preventivo a
los ocupados para evitar sublevaciones. En este caso, a la vista de los
resultados, no valió más prevenir que curar. El ataque de Alvarado se
conoce como la matanza del Templo Mayor.
Era una fiesta religiosa para los aztecas, para la que el
propio Alvarado había concedido permiso. El templo congregaba a la flor y
nata de la sociedad azteca: sacerdotes, capitanes, caciques,
intérpretes de códices y jóvenes guerreros, que cantaban y bailaban en
honor a sus dioses. Iban desarmados. En un momento dado, Alvarado ordenó cerrar todas las salidas del patio sagrado, y la fiesta trocó en masacre.
«Dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos
brazos y luego lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada,
otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el
agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos,
tripas y cuerpos de hombres muertos», narra Fray Bernardino de Sahagún.
De las crónicas de Indias se desprende que los españoles y sus aliados
indígenas actuaron con premeditación, alevosía y ensañamiento, además de
violar el espacio sagrado de los aztecas. En el Templo Mayor padecieron
y murieron entre trescientos y seiscientos hombres, mujeres y niños.
La muerte de Moctezuma
Esta brutal matanza rompió el statu quo y fue un antecedente de la Noche Triste. Hasta entonces, la colaboración de Moctezuma II, huey tlatoani (gran
orador) de los nativos y prisionero de los españoles, había aplacado
los ánimos de la población azteca. Pero la matanza del Templo Mayor
desbordó el vaso de la paciencia de los mexicas, y una muchedumbre
enfurecida cercó el palacio de Axayácatl, donde vivían Moctezuma y sus
guardianes. Así lo cuenta Bernal Díaz del Castillo:
«Y desde que amaneció, vienen muchos más escuadrones de guerreros, y
vienen muy de hecho y nos cercan por todas partes los aposentos, y si
mucha piedra y flecha tiraban antes, muchas más espesas y con mayores
alaridos y silbos vinieron este día».
El relato de Díaz del Castillo, capítulo 126, refleja de manera harto elocuente la tensión y el dramatismo de aquellos instantes:
«Y viendo todo esto, acordó Cortés que el gran Montezuma les hablase
desde una azotea y les dijese que cesasen las guerras, y que nos
queríamos ir de su ciudad. Y cuando al gran Montezuma se lo fueron a
decir de parte de Cortés, dicen que dijo con gran dolor: “¿Qué quiere ya de mí Malinche? Que yo no deseo vivir ni oírle, pues en tal estado por su causa mi ventura me ha traído”.
Y no quiso venir, y aun dicen que dijo que ya no le quería ver ni oír a
él ni a sus falsas palabras ni promesas y mentiras. Y fue el padre de
la Merced y Cristóbal de Olí y le hablaron con mucho acato y palabras
muy amorosas. Y dijo el Montezuma: “Yo tengo creído que no aprovecharé
cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado otro señor
y se han propuesto no dejaros salir de aquí con vida, y, así, creo que todos vosotros habéis de morir”.
«Y Cortés lloró por él, y todos nuestros capitanes y soldados...»
La muerte de Moctezuma dejó a los españoles en una
situación insostenible, cercados por miles de guerreros mexicas
sedientos de venganza, y sin apenas víveres en el palacio Axayácatl.
Para mayor adversidad, los nativos habían desmontado los puentes de
acceso a la isla. «Veíamos nuestras muertes a los ojos, y las puentes que estaban alzadas», dice Bernal.
La huida era improrrogable y la organizó Cortés. Éste ordenó cargar
todo el oro que fuera posible, separando el quinto del Rey -una quinta
parte del tesoro que debía entregarse a Carlos I de España y V de
Alemania- y encomendó el transporte de esta parte a los oficiales del
monarca Alonso de Ávila y Gonzalo Mejía. Para lo restante del botín, que
en total superaba los 700.000 pesos de oro,
Cortés dispuso: «Los soldados que quisiesen sacar de ello, desde aquí
se lo doy, como ha de quedar perdido entre estos perros». Muchos soldados se lastraron de oro hasta las cejas.
Otros, como Bernal, fueron más prudentes: «Yo digo que no tuve codicia,
sino procurar de salvar la vida, mas no dejé de apañar de unas cazuelas
que allí estaban unos cuatro calchuis, que son piedras entre los indios
muy preciadas…»
«En total huyeron entre mil y dos mil españoles junto a 10.00 tlaxcaltecas»
«Toda la laguna cuajada de canoas»
A la señal de Cortés los fugitivos partieron bajo la
consigna de silencio, cuidando el relincho de los caballos. El plan era
construir un puente con vigas del palacio de Axayácatl, salir de la isla
y marchar hacia Tacuba, para luego reagruparse con sus aliados en Tlaxcala.
No obstante los esfuerzos de sigilo, fueron detectados y en seguida el
lago de Texcoco se atiborró de canoas cargadas de feroces guerreros, que
acudían a la llamada de los tambores.
Así lo cuenta Bernal: «Y estando en esto, suenan las voces y
cornetas y gritas y silbos de los mexicanos, y decían en su lengua a
los del Tatelulco: “¡Salid presto con vuestras canoas, que se van los
teules, y atajaldos, que no quede ninguno con vida!” Y cuando no me
cato, vimos tantos escuadrones de guerreros sobre nosotros y toda la laguna cuajada de canoas, que no nos podíamos valer, y muchos de nuestros soldados ya habían pasado».
«En la Noche Triste llovía y la sangre se mezclaba con el agua»
En un momento dado, algunos capitanes sugirieron a Cortés,
herido en una mano, retornar para amparar a los rezagados, y él contestó
que los que habían salido era de milagro. No obstante, intentaron el
regreso por la calzada, pero enseguida toparon con Pedro de Alvarado,
herido, uno de los últimos en escapar del infierno azteca. En
la laguna quedaron sepultados cientos de españoles y txalcaltecas,
junto con decenas de caballos y yeguas y el noventa por ciento del
tesoro de Axayácatl. Al oír el relato de Alvarado, Hernán Cortés no pudo contener las lágrimas.
La batalla de Otumba
Después de la Noche Triste los supervivientes emprendieron
un largo e incómodo viaje hacia Tlaxcala, con el aliento de los
envalentonados mexicas en la nuca. El 7 de julio de 1520 se produjo la decisiva batalla de Otumba,
en la que decenas o incluso cientos de miles de combatientes mexicas y
aliados asediaron ferozmente a los supervivientes españoles y
tlaxcaltecas.
La infantería española mantuvo una posición cerrada,
protegiéndose con sus corazas, rodelas (escudos), picas y espadas de las
durísimas embestidas aztecas. Gracias a los tlaxcaltecas supo Cortés
que matar al cihuacóatl, el jefe de los ejércitos, y arrebatarle su estandarte real decidía batallas entre los amerindios, así que al grito de ¡¡Santiago y cierra España!! ordenó
una carga de caballería para romper el cerco y lograr este objetivo. El
propio Cortés derribó a Matlatzincatzin y Salamanca lo mató con su
lanza. Descabezado, el ejército enemigo se dispersó y ya no volvieron a
perseguir a los españoles, que pudieron replegarse a Tlaxcala. Allí se
reorganizaron y reforzaron para preparar el asalto definitivo a Tenochtitlán, que caería el 13 de agosto de 1521.